El consumo interno de vino, una bebida emblemática en Argentina, ha registrado una caída cercana al 1% en el mes de septiembre, un reflejo de una tendencia que se extiende a lo largo del año. Esta retracción en las ventas se presenta como un desafío para la industria vitivinícola local, que busca estrategias para revertir la tendencia y recobrar el dinamismo perdido. En un contexto económico marcado por la inestabilidad, el consumo de vino ha sentido los efectos de la disminución del poder adquisitivo de los argentinos y la fluctuación de los precios.
A lo largo de 2023, las cifras han mostrado un desempeño negativo que inquieta a productores y bodegas. Uno de los factores determinantes es la preferencia del consumidor por productos de menor costo o por bebidas alternativas, provocando que el vino, considerado un bien de consumo más costoso, pierda terreno. Además, el impacto del clima en las cosechas y algunos problemas logísticos han contribuido a una oferta que no siempre responde de manera ágil a las demandas cambiantes del mercado.
Entre las variedades que han mostrado un descenso en sus ventas destaca el Malbec, una de las banderas del vino argentino a nivel internacional, lo que evidencia que incluso las elecciones tradicionales de los consumidores han sido impactadas por esta crisis del sector. También han experimentado caídas notables otras variedades como el Cabernet Sauvignon y el Torrontés. Las bodegas buscan dinamizar el mercado local mediante promociones y ofertas, además de intentar fortalecer el mercado de exportación como un modo de compensar la presión sufrida en el ámbito nacional. Sin embargo, la recuperación se visualiza como un proceso lento y que requerirá de acciones coordinadas entre los distintos actores de la industria.
